El devastador fuego que hace un año causó 136 muertos en la región de Valparaíso dejó una enseñanza que hoy comparten expertos y autoridades: así como Chile asumió hace décadas que es un país sísmico y se preparó para ello, ahora tiene que aceptar que los grandes incendios forestales llegaron para quedarse.
Todo empezó el 2 de febrero con cuatro focos simultáneos en el Lago Peñuelas, a 100 kilómetros al noreoeste de Santiago, que se propagaron rápidamente debido a las fuertes rachas de viento y las altas temperaturas a los cerros de la ciudad de Viña del Mar.
En cuestión de horas, los cerros se convirtieron en ratoneras sin salida, se calcinaron vecindarios enteros y el fuego fue catalogado como la mayor tragedia desde el terremoto de 2010.
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Un año después, el mismo Gobierno ha reconocido que la reconstrucción está siendo lenta y hay siete personas detenidas, entre ellos varios bomberos y funcionarios.
“Las periferias de las ciudades chilenas son modestas y no planificadas. Cuando el incendio forestal llega a estas estructuras precarias encuentra mucho combustible. Viña del Mar no estaba preparada y no tenía sus planes de emergencia al día”, explicó Luis Álvarez, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
“Hoy día en Chile muere más gente por incendios que por naufragios, terremotos o tsunamis”, añadió el académico.
EFE